Por Enrique Roldán Cañizares / @enrolcan
A lo largo de esta felicísima Conference League he escrito una serie de artículos históricos para que, aquellos que hemos tenido la suerte de crecer bajo la fe heliopolitana, durmamos por las noches sabiendo que la historia está de nuestro lado. Así, escribí sobre por qué Carlos V prefería al Betis antes que al Gante, me acordé del infausto Afonso Henriques y de cómo todo lo que hizo para que Portugal fuera un reino independiente quedó en la nada gracias a Felipe II, rememoré cuando los polacos que vinieron a España durante las guerras napoleónicas terminaron yéndose de la península y, por supuesto, volví a acordarme de Carlos V para recordar el asedio de Florencia.
Pues hemos llegado a la final a base de sudor y lágrimas, que todo hay que decirlo, y ha querido el destino que hayamos de enfrentarnos al Chelsea, que no es sino uno de los representantes de la pérfida Albión. Y como ha venido ocurriendo desde la eliminatoria contra el Gante, rebuscar en la historia solo ha servido para una cosa: convencerme de la victoria bética en Wroclaw y de lo feliz que vamos a hacer a Blas de Lezo.
Para justificar históricamente por qué vamos a ganar la final del próximo miércoles podría acordarme del Mediohombre que fue más que un hombre entero y siempre meó mirando a Inglaterra, pero quiero dejar tranquilo a Blas de Lezo, que seguramente también sería bético, y recuperar dos eventos clave en la relación entre España y los degustadores de ese insulso invento que es el fish and chips. Un primer evento, ampliamente conocido por mediación de la leyenda negra, y un segundo que, aunque fue incluso más gordo que el primero, no ha llegado a los oídos de tanta gente.
El que nos han contado tantas veces es el de la mal llamada Armada invencible de 1588. También se le conoce como Grande y Felicísima Armada, pero parece ser que tanto un término como el otro provienen de reconstrucciones posteriores, y que lo único que se sabe a ciencia cierta es que el bético de Felipe II se refirió a ella como “una gruesa armada” o “una gran armada”. Y poco más. Fuese invencible, felicísima o gruesa, lo cierto es que esta se enmarcó en la guerra anglo-española que se desarrolló entre 1585 y 1604 y que ocurrió poco después de la victoria española en la batalla de Lepanto. Aquella batalla que, de haber existido el fútbol, habría impedido a Cervantes levantar su bufanda del Betis con las dos manos.
Felipe II organizó una armada con la idea, no de ocupar Inglaterra para que pasara a ser territorio español (para qué queremos nosotros aquello), sino de echar a Isabel I del trono inglés y colocar a alguien más de su gusto. 137 barcos salieron de Lisboa, 122 llegaron al canal de la Mancha y 87 volvieron a España sin haber conseguido su objetivo. Algo parecido le pasó al Betis en la Recopa de 1998. Fue aquel un equipo que el año anterior había hecho una temporada espectacular y que hubo de cruzarse con los ingleses en lo que muchos llamaron una final anticipada. Pero la derrota en la ida por 2 goles a 1 en un partido que siempre nos recordará al mamón de Flo y una vuelta en Stamford Bridge que, más allá del 3 a 1, siempre nos recordará al hijo de puta de Bernd Heynemann, provocaron que la Felícisima Armada Bética se volviera a Sevilla como los 87 barcos de 1588.
Pero aquí es cuando llega el segundo evento más desconocido, el de la Contraarmada. Y es que los ingleses, venidos arriba por la victoria, enviaron una flota en 1589 bajo el mando de Francis Drake con tres objetivos: destruir los restos de la flota española que estaban reparándose en Cantabria, ocupar Lisboa para colocar a otro rey en el trono de Portugal y tomar las Azores para hacerse con la flota de Indias y tener allí una base que torpedease el comercio entre América y España.
Pero si el intento español acabó mal, peor lo hizo el inglés. Antes de llegar a las costas españolas, unos 20 barcos, seguramente influenciados por antepasados de la Peña Bética de Londres, desertaron. En lugar de ir a Santander, Drake decidió tomar La Coruña, lo que acabó como el rosario de la Aurora, pues no fueron capaces de ocupar la ciudad. De hecho, cuenta la leyenda que, mientras un alférez inglés daba una arenga, apareció de la nada María Pita, quien, cual abuela del Betis, agarró una pica y atravesó al inglés delante de todos los soldados. Mientras los guiris se quedaron más blancos de lo normal, Maria pita le quitó el estandarte y los hijos de la Gran Bretaña salieron corriendo.
Viendo que poco iban a rascar por Galicia decidieron ir a por su segundo objetivo, la captura de Lisboa. Pero si lo de La Coruña fue mal, peor terminó lo de la ciudad lusa. Los ataques que sufrieron por el camino, así como la defensa encarnizada de la ciudad, dieron lugar a que también tuvieran que irse de allí. Ya solo les quedaba un objetivo, el de las Azores, y allá que fueron. Pero tras ellos fue Martín de Padilla como si del marchenero Rogelio capote en ristre se tratara. Y entre los ataques de este y la defensa de las Azores, Drake y los cuatro gatos que quedaban no tuvieron otra que volverse a Inglaterra con el rabo entre las piernas, concluyendo así el que ha sido considerado como uno de los mayores desastres militares de la historia de Gran Bretaña.
Después de todo lo que he contado, la conclusión es clara: si el ataque a Inglaterra de 1588 tiene su paralelismo con los cuartos de final de la Recopa de 1998, el fracaso inglés de 1589 lo tiene con la final de Wroclaw de la semana que viene. Seamos como María Pita y, en vez de agarrar una pica (aunque no se sabe qué nos puede deparar la noche polaca), cojamos una bandera de nuestro Betis. Rememoremos a Martín Padilla y, en vez de dirigir los barcos por el Atlántico, llevemos a la marcha verde por tierras polacas. Evoquemos a los béticos del cuarto anillo igual que se venció a la Contraarmada con la cabeza puesta en los que murieron el año anterior. Y, sobre todo, vayamos a Polonia con la confianza de que vamos a ganar, no ya porque la historia esté de nuestro lado, sino porque somos lo más épico que ha dado la historia de este país, somos el Real Betis Balompié.