Betis Bohemio

El loquero bético y demás mitología

Mis días en Sevilla nunca fueron agnósticos. Siempre creí en ese recuerdo que, pasado un tiempo, me resulta tan extraño como lejano. Eran felices esas mañanas en Triana, despertar y tener la certeza de que ese iba a ser un gran día. No importaba tener nada planeado, el dejarse ir tiene sentido en Sevilla. Nunca seré tan merluzo de tatuarme algo en lo que no creo, básicamente porque no creo en los argumentos de la persona tatuada. Igual porque no me atrevo, no tengo coraje. Pero sí me da coraje andaluz ese ‘Carpe Diem’ tan sobado como lema de vida. Probablemente porque una vez conocí a una persona que nunca se dedicaba tiempo a ella. Y por eso siempre fue un hereje del ‘Carpe Diem’ tatuado. Pero no en Sevilla, lo siento. Imagine algo parecido, sorprenderse a cada rato. Me gusta comer y me gusta el estar bien, que no tienen por qué ir implícito. Pero sí en Sevilla, este es mi caso. Creo en los momentos del viajar y aprender. Sentarse y ver. Pasar la vida o la gente, que es lo mismo. Y si es en la misma orilla del Guadalquivir con Enrique, mucho mejor. Pero antes de Enrique estuvo Ignacio, el primer bético ilustre de mi vida. Eran los Juegos Olímpicos de Londres, una camiseta verdiblanca con Beñat y una bolsa del Millwall. Tan atípico como la amistad que surgió de ahí. Siempre relaciono al Betis con noches largas que siguen a las previas igual o más llenas de emoción. Me gusta escuchar al bético. Que me cuente lo que sea que él sienta. Esas son mis conversaciones de barra trianera con Enrique. Al bético nunca se le acaba de cicatrizar una herida que ya tiene otra, pero te muestra la herida y te pregunta si le quieres tirar sal, que eso a él le hace más fuerte. Y se ríe en tu cara. Al Betis es mejor no intentarlo entender. Que te lo cuenten. Y observa, fíjate mucho porque sino nunca creerás lo que has vivido. Siempre pensé  en el loquero del Betis. Ese psicólogo que va a terapia por culpa del Betis. Pero no busca la cura, todo lo contrario. Él bético busca esa palmadita en la espalda que le ayude a seguir cargando con esa cruz que todo el mundo ve menos él. Porque no es un agnóstico, es un apóstol.

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