Por Javier Guerrero // @BetisShirts
Valencia es en mis recuerdos una ciudad que tiene todo lo que me gusta y todo lo que odio. Saca de mí los deseos más bajos y turbios, aunque también lleva mis sentidos a otra dimensión con su noche y su gastronomía. Valencia es diferente porque para algunas cosas es un antro de mala muerte y para otras un oasis.
He conocido Valencia en Fallas, en verano, en invierno y en un partido importante. He conocido sus dos estadios y cómo se las gastan los valencianistas con los del Levante. Aunque mis padres me llevaron de pequeño por primera vez, volví ya en la universidad con mis amigos y me percaté de que por la noche deseaba estar soltero y por el día no paraba de pensar en mi novia de aquel entonces y en lo que me hubiese gustado pasear y disfrutar esas calles con ella.
Curiosamente había empezado con mi pareja un poco después de que Rubén Castro rompiera el maleficio de ese maldito estadio en el que llevábamos sin ganar décadas. Ese gol en el último minuto es un ejemplo claro de que no hay invierno que cien años dure. Será que me crié con mi equipo perdiendo una y otra vez en Mestalla, pero yo a Valencia la veía como veía a esa niña cuando antes que novia, era amiga: derrota segura por incomparecencia del rival. Pero Rubén cambió la suerte del Betis en Valencia y la mía con ella cambió. El Betis ganó tras más de treinta años sin hacerlo y yo empecé a salir con la que consideraba el amor de mi vida. Creí, ilusamente, que ganar en Valencia y el mantener una relación así sería la tónica habitual de mi existencia, pero, más o menos por las mismas fechas, fue la puta Valencia la que me sacó de mis sueños. Mientras mi novia y yo nos esforzábamos en mantener una relación que colapsó como la URSS con Gorbachov, viajé de nuevo a esa tierra pirotécnica con el objetivo de clasificarnos para la final de Copa de 2019. Pero tanto en la URSS, como en mi relación, como en ese Betis de Setién, solo cabía dolor y colapso; y Valencia me contempló llorando ante la mayor de mis frustraciones: alejar el sueño de ver de nuevo campeón a mi equipo.
Hace poco escribí que el gol de Miranda me había cambiado como persona, que todo era ya punto y aparte, quizás también haya cambiado mi relación para siempre con Valencia y con el Valencia. Puede que Valencia haya cambiado como la URSS pasó a ser Rusia o como aquella novia de la universidad y yo pasamos a estar con otras personas que seguro nos hicieron más felices respectivamente. La vida es así, cambios y ciclos. Un día estás enamorado y al otro piensas que no hay ninguna que merezca la pena y que al final todas te hacen el lío más pronto que tarde. Un día estás en la lona y otro eres campeón. Un día odias Valencia y otro la amas.