Por Javier Guerrero // @BetisShirts
Dicen que, en la vida, es de bien nacido ser agradecido. Y como pienso que todo aquel que siente en verdiblanco es un bien nacido, debo ser agradecido. Es por ello que no hay día que no agradezca haber fundado y seguir siendo partícipe de Betis Bohemio, porque además de lo mucho que me aporta en lo personal, me da la suerte de hacer Betis con un gran amigo y mejor persona como es mi compañero en esto, Enrique. Tanto a él como a mí, esto nos ha permitido conocer personas extraordinarias, tantas que se podría hacer una saga contando su vida, pero, sin duda, una de las más extraordinarias ha sido Rubén Cousillas, nuestro segundo entrenador. Hoy en día, que está tan en boca de todos hablar de los valores y de la forma de ser de los profesionales en este maldito y bendito deporte, puedo decir que, tras tener la suerte de conocer a bastantes ex futbolistas y ex protagonistas de la vida en verde, ninguno me ha sorprendido como nuestro segundo de a bordo.
Para el que aún tenga la absoluta desfachatez de no saber quién es el bueno de Cousillas, hay que decirle que cuenta una trayectoria de portero y entrenador que le permiten comer en la mesa de muchos grandes de fútbol. Sin embargo, lo que lo hace una leyenda absoluta es su forma de ser, un auténtico caballero, humilde, familiar, amigo de sus amigos y con ese punto de locura cabalera que todo argentino futbolero lleva dentro de sí. Después de aquel café que Enrique y yo nos tomamos, me sentí un privilegiado como bético por el hecho de que alguien que tiene los valores de nuestra entidad en el ADN, sea un profesional tan grande que nos esté llevando junto con don Manuel Pellegrini hacia cotas tan altas.
Pero vamos a ese café. Nos ponemos en situación. Tras varios intentos por vernos, conseguimos concretar una cita en el hotel Al-Andalus a las dos y cuarto del lunes que nos enfrentábamos al Rayo en casa para tomarnos ese ansiado café. Las dos y cuarto lógicamente son horas de tomarse otras bebidas, pero quién soy yo para discutir los hábitos de nadie y menos los de don Rubén. Un tipo alto, “flaco” y con una mirada de bondad, de buena persona. De bético, vaya.
Lo primero que hizo la mano derecha de Pellegrini fue preguntarnos por nosotros, de qué trabajamos, de donde éramos, si estábamos casados, étc. Aquí me fijé en el primer detalle: a pesar de ser de un origen humilde, es un hombre versado y culto. Conocía perfectamente las profesiones de Enrique y mías cuando las contamos, y eso, créanme que sobre todo con la de este que escribe, no es tan fácil.
Una vez las presentaciones se dieron por concluidas, Enrique le contó como hace muchos años se enteró de quién era y el porqué. Durante un período muy prolongado, mi compañero había vivido en Buenos Aires y en esa época fue un habitual de la popular del Nuevo Gasómetro, cancha de San Lorenzo, equipo del que Cousillas es hincha y leyenda. Si bien hay que destacar que nos hizo una confesión que sirvió para dar muestra de cómo es; el club de su vida, realmente era Club Atlético Sarmiento de Roque Pérez, su localidad natal y club donde empezó a dar sus primeros pasos.
Para poner en contexto las cosas, los clubes en Argentina van más allá del equipo de fútbol, son lo que aquí entenderíamos como un club social tipo Labradores, Pineda, o el Militar. De todas clases, de todas condiciones y de todo tipo, pero, en definitiva, lugares de reunión, de formación, de pasar el rato, de bañarse o de hacer un asado. Así que siendo el club donde empezó y club que su hija preside, ese club es literalmente su familia y amigos, y cuando habla de ellos, se le cambia la cara, le brillan los ojos y te enternece el alma.
Rubén es un tipo feliz con las pequeñas cosas. Añora su tierra, sus nietos, el asado con sus amigos y su familia. Fuera de eso no quiere nada más, por eso nos dice que él y Manuel ya ganaron la “plata” que tenían que ganar y por eso cada año rechazan una oferta de Arabia Saudí, porque si siguen aquí es porque a ambos les gusta competir, les va la marcha y asumieron el reto deportivo del Betis por ser eso, un reto. Al igual que se le iluminan los ojos cuando habla de su familia, se le convierte en fuego cuando habla de competir, afila el colmillo y te das cuenta que en Sevilla están felices y con ganas de seguir haciéndonos felices. No obstante, también se le veía con ganas lógicas de renovar una plantilla. Nos comentaba que, tras tantos años con las mismas caras, se hacía necesario un cambio de discurso para no aburrir. La vida misma, y quizás por eso esté habiendo tanto movimiento este verano.
Habiendo ganado tanto, nos confiesa que nunca jamás se sintió tan querido, tan respaldado y vio tantísima gente como cuando celebró la Copa del Rey. No se podía ni imaginar que se liara la que se lio, y eso que sabía que Sevilla era diferente, que existía una incalculable pasión de la ciudad por su equipo, que aquí vestir de rojo está prohibido y que éramos un gigante dormido que ellos tenían que despertar.
En ese despertar, es obvio que su trabajo ha sido clave, pero no podíamos dejar la oportunidad de preguntarle por sus supersticiones, creencias y cábalas. Al fin y al cabo, su Kirikocho y sus besos a la Macarena son ya tan Betis como una tomarse una cerveza en el Castulo. A este respecto nos dijo que, aunque la fe católica y la superstición son incompatibles per se, él es así y lo lleva a rajatabla. En su lado religioso, nos contaba cómo durante toda su carrera de entrenador iba en su coche hasta Luján (a unos 70 kilómetros de Buenos Aires) para rezarle y pedirle a la Virgen cada vez que hubiese partido. Daba igual donde se jugase el encuentro; el día antes iba a Luján. Pero en Sevilla entendemos de vírgenes, así que no nos quedó otra que preguntarle. Así, en cuanto a su relación con las devociones locales, especialmente la Macarena, nos contó de donde viene la fe hacia ella.
Al bueno de Rubén le gusta mucho pasear, muchísimo. Durante la pandemia y el confinamiento perimetral se iba a la Ciudad Deportiva (al fin y al cabo, su oficina) y echaba horas andando. Conforme se iba abriendo la ciudad y podía llegar más lejos, iba avanzando, hasta que un día se dio de bruces con un arco y una iglesia. Y ahí que entró. Un hombre le reconoció y le explicó lo que significa la Esperanza para la ciudad, a la par que le dio una estampita. Cuando en televisión lo vieron besándola y rezando, dice que fue tal boom que tiene ya un altar con en su casa con más de ciento cincuenta santos, vírgenes y cristos que la gente iba regalándole; no había bético cofrade que no le diera una estampita de su hermandad. Enrique, al oír esto se rio porque, entre las cosas que habíamos llevado para darle, yo había metido una estampita del Cautivo de Santa Genoveva y otra de la Virgen de los Dolores de Osuna. Al verlas, Rubén me pregunto el porqué de estas en concreto. Le expliqué que el Cautivo era mi hermandad de cuna y que Benito Villamarín pagó el primer paso de la cofradía, lo que le resultó un dato interesante. Con la segunda historia alucinó. Le conté como un amigo de Osuna me había dado una estampita de su virgen y era la única que tenía en la cartera en la final de La Cartuja. Me llevé rezándole todo el final de la prórroga hasta que llegaron los penaltis e hice una promesa hacia ella si éramos campeones. Como lo fuimos, cumplí la promesa y siempre la llevo conmigo y desde ese café, Rubén también la lleva.
Pero no es oro todo lo que reluce, ni toda la cábala son rezos a Dios. Esos atisbos de brujería, paganismo y demás locura que todo futbolero lleva encima no le son ajenos a Rubén, y mientras él nos contaba varias de sus cábalas mientras nos intentaba hacer ver que no era un loco, le dijimos que éramos peores. Enrique le comentó que se llevó varios partidos de invierno viendo el fútbol sin camiseta durante la pandemia, simplemente por cábala. Yo mismo ese día le dije que tenía que ponerme dos pulseras que llevaba mucho sin usar, pero que me las puse cinco minutos antes del Athletic – Betis que ganamos con Willian José. Rápidamente me preguntó por qué no las llevaba puestas, que si alguien me las podía llevar al partido. Por supuesto que le dije que sí, que ya había hablado con mi hermano y que él me las acercaba al Villamarín.
En definitiva, conocimos un profesional como la copa de un pino apasionado por su trabajo, un padre preocupado, un marido atento y un abuelo al que se le cae la baba con el nieto. Un creyente, un cabalero, un flaco y alto loco que nos has llevado lejos y nos hace sentirnos orgullosos de lo que vemos en el verde. Una buena persona. Por eso sé que es bético, por eso tal vez estuviera destinado a tener estos galones en Heliópolis.