Betis Bohemio

Tubular Betis

Por Marcos Peñalosa

En el principio Dios dijo «hágase la luz», y la luz se hizo, tanto que llegamos a las bombillas de filamento de wolframio, la, misma que colgaba en el piso de Fray Tomás de Berlanga donde yo vivía, la cual dibujaba cosas raras en el techo mientras las miraba embelesado, y de fondo una melodía mágica que me abría las puertas del reino de Morfeo. Era 1975, tiempo de profundos cambios, buena música y cabezazos acrobáticos de Atila Ladinsky.

En mi casa era bético hasta el canario, tanto era así que mis primeras palabras no fueron ni papá ni mamá, sino Betis. Sí, «Beti y gó de Goddillo», el asunto prometía.

Y ese disco aún seguía sonando.

Llegó 1986 y a mi hermano Justo le prestaron una cinta del The Complete de Mike Oldfield, una recopilación del artista de Reading que abarcaba desde 1973 hasta 1985. A la primera escucha y llegando al corte del Tubular Bells sentí un latigazo que me devolvió a mis días de cuna, ¡esa era la música! ¡ese era el disco!

Ya comencé a encajar las piezas y de paso descubrí el universo Oldfield, lo cual supuso oficialmente la ingesta del bendito veneno de la música.

Llegó mi primer teclado, un Casio CT 805, y casi a la vez, mis primeros partidos del Betis junto a Joaquín, mi hermano mayor. Eran tiempos de fútbol desde la zona baja de la ya extinta Preferencia, y el advenimiento de un tiempo oscuro para un beticismo que alternaba buenas temporadas con sustos de última hora…para variar. Temporada 87-88, gol de Calleja en Las Palmas y en ese mismo verano, en nuestro chalet de Palomares del Río, saqué mi primera canción completa a la guitarra gracias a los acordes que me enseñó un vecino: el Moonlight Shadow.

Día a día crecía mi pasión por la música, así como mi dolor por ese equipo cuyo nombre pronunciaba de bebé, mi primer carnet de la 88-89 y mi primer segundazo empatando a uno en un Villamarín rozando el lleno contra el Tenerife.

¿Cómo era posible bajar a segunda división con una afición tan fiel y abnegada?… Bienvenido al Betis, muchacho, para aguantar aquí hay que estar una mijita reventao de la cabeza y llevarlo en la sangre así te hierva.

Y en esos días de coger el 6 o ir de procesión hasta Helipópolis, se me ocurrió emular a esos heavylones que nutrían los Supporters Sur de aquella época, si ellos ponían sus banderas de Iron Maiden ¿por qué no iba a hacerme una con mis dos pasiones?

He de reconocer que nunca se me dio mal el tema del dibujo, así que ni corto ni perezoso tomé la bandera que usaba como capa cuando iba al estadio y comencé a pintar, primero con lápiz y después con rotuladores indelebles.

¿El resultado? una bandera andaluza con el logotipo del Tubular Bells y debajo el escudo bético del período de 1939 a 1958, donde rezaba «Mike Oldfield – Real Betis Balompie».

Aún recuerdo la cara rara que ponían los Supporters cuando les entregaba la bandera para que me la pusieran en la red «parabalones» donde colgaban sus pancartas.

Eran tiempos de las primeras retransmisiones de Canal Sur, partidos contra el Atlético Madrileño, derrotas contra el Bilbao Athletic, derbis contra el Recre, entrar corriendo cuando me picaban el carnet y tomar el palomar del marcador viejo para poner mi bandera del Tubular Betis…Bueno, casi siempre, había veces que el autobús llegaba tarde y me tenía que poner abajo con los Supporters, siempre pendiente de agarrarme a una barandilla cuando Mel o Zafra marcara un gol.

Y, como un milagro, llegó el ascenso, empatando a uno contra el Sabadell, pero llegó. Nunca viví algo semejante, arrastrado por esa incontenible explosión de felicidad me vi junto a mis amigos en el césped del viejo Villamarín, corriendo de un lado a otro con mi bandera y gritando a los cuatro vientos que ya estábamos en primera…de momento.

Con la temporada 90-91 el guantazo, con la mano abierta, de la realidad no se hizo esperar. A mitad de la primera vuelta se encontró mi Betis en el sótano de la clasificación, lo que padecía en Heliópolis lo sanaba con la música que salía de mi walkman de camino a casa y mi bandera, testigo y escapulario de una fe dual para locos, ya empezaba a desteñir por alguna que otra lluvia.

Esperanzas que brotaban con una victoria no duraban más que siete días hasta el partido siguiente, y a veces ni eso si jugaban entre semana. Ver al equipo de mis amores en primera división para recibir la Expo 92 no era más que una quimera, pero ahí seguíamos, apelando la épica partido tras partido aguardando un milagro que no llegaba.

Y llegó la última jornada contra Osasuna, donde el descenso era una realidad ya consumada, un «sube y baja» que a más de uno nos dejó en shock, jamás vivimos eso las nuevas generaciones de béticos que veíamos atónitos como todo se derrumbaba…y encima un gol en contra para rematar la faena.

Tengo recuerdos vagos de una trifulca en Gol Sur a raiz del tanto de Osasuna, una bronca gorda, la policía interviniendo y a correr (lo que faltaba era un porrazo encima). Recuerdo que nos fuimos andando hacia Triana cuando caí en la cuenta, mi bandera se quedó allí colgada en la barandilla baja del graderío, jamás la recuperé al igual que el Betis perdió la categoría. Una enseña romántica que fue testigo de unos días de identidad y pertenencia se quedó en Heliópolis para siempre.

Pasaron los años, y llegaron ascensos, nuevos grupos, primeros conciertos, derbis ganados, UEFA, final de Copa contra el Barça, Recopa de Europa, descensos, títulos…y Mike Oldfield, junto a Triana, El Último de la Fila y Depeche Mode entre muchos otros, seguía sonando.

…y hace unos días un viejo amigo me envía un privado de Facebook con un enlace donde decía «Marcos, ahí aparece una bandera que parece que la hiciste tú».

…y tanto que la hice, como que era la mía.

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