Estamos convencidos de que desde el primer día en el que lo vio subir la banda, a Manolo Melado se le ocurrió aquello de La sombra juguetona. No es que fuera Finidi George un jugador grácil. Es más, a veces parecía que se iba a desmontar antes de llegar al área, pero entre zancada y zancada, a pesar de que se colaran un par de tumbos y dos cuasi caídas, aquella forma de seguir erguido, cabeza al frente y balón al pie, hacían del jugador africano un futbolista diferente.
Vivimos en tiempos de una corrección política que haría imposible que un jugador negro recibiera el apodo de La sombra juguetona, pero Manolo Melado lo hizo con todo el cariño del mundo. Seamos realistas, era un jugador de color que jugaba al fútbol que daba gloria, parecía bailar con los defensas y hacía con ellos lo que quería, ¿cómo no iba a hacer la comparación con una sombra que no se estaba quieta? El barbero lo acuñó, Finidi lo aceptó, y la afición se enamoró tanto del mote como de aquel alegre nigeriano.
No llegó nuestro particular águila verde el mismo año que Jarni y Alfonso, los otros dos miembros de aquel histórico triunvirato que hizo soñar a los béticos de bien. Fue una temporada más tarde cuando Finidi George aterrizó en el Betis procedente del Ajax de Amsterdam, con el croata asentado en la banda izquierda y con Alfonso a punto de convertirse en el mago de las botas blancas. Desde su fichaje no solo se convirtió en el amo y señor de la banda derecha, sino que se integró en la cultura sevillana, comprendiendo la idiosincrasia bética como si se hubiera criado con Alberto Tenorio.
Solo así puede explicarse que se disfrazara varias veces de rey mago, que cuando le preguntaron en Marca si se veía de bailaor respondiera que, verse no, pero sentirse, de vez en cuando, y que, por supuesto, hiciera del sombrero de ala ancha una extensión de su cabeza. Porque seamos sinceros, cuando Finidi nació en la localidad nigeriana de Port Hacrcourt en 1971, ningún miembro de su familia imaginó que su imagen con un sombrero puesto daría la vuelta al mundo. Aquella costumbre tan flamenca hizo que los aficionados béticos ansiáramos un gol de La sombra juguetona con más ahínco si cabía. No solo era cuestión de ver cómo el balón acariciaba la red, sino que queríamos verlo, con esa sonrisa tan característica, acercarse al córner para recoger su indistinguible correo.
Con los años se supo que Finidi tenía un preacuerdo hecho con el Real Madrid, pero uno de los típicos movimientos de tiburón de finanzas loperiano hizo que el destino del jugador terminara ligado inmemorialmente al del Real Betis Balompié. “No me arrepiento. El clima, la afición… disfrute del fútbol y todo lo demás durante mis cuatro años en Sevilla”. Si hay que poner un pero a la etapa en la que el Betis disfrutó de Finidi y Finidi disfrutó del Betis, este sería el de la final de Copa contra el Barcelona. Aquel día de 1997 Finidi, y su perilla teñida de rubio, pusieron el 1 a 2 en el marcador cuando se cumplió el minuto 82. Parecía que la Copa se venía para Sevilla, justo 20 años después de que Cobo levantara la primera Copa del Rey para nuestro Real Betis Balompié, pero un empate in extremis y un gol en la prórroga provocaron que el mejor Betis de la época moderna se volviera del Bernabéu con las manos vacías.
Tres años más tarde Finidi decía adiós al Betis tras un aciago descenso contra el Real Madrid. Lo que no había conseguido el Efecto 2000 lo había logrado un Madrid que ya no se jugaba nada y que provocó que Faruk Hadzibegic, entonces entrenador del Betis, dijera que aquel había sido “el día más triste de su vida deportiva”. Aquella fue la última tarde que pudimos ver a La sombra juguetona subir la banda del Villamarín, hundiéndose con el barco y demostrando en su actitud y en su rostro que el descenso le dolía como al más antiguo de los béticos. Aquel día Finidi se marchó dejando una marca en el corazón de todos los allí presentes, demostrando que, tanto los béticos, como los flamencos con sombrero de ala ancha, no se hacen, sino que nacen.