Por Enrique Roldán Cañizares // @enrolcan
El que me conozca (o el que lea las barbaridades que de vez en cuando suelto en Twiter) sabe que soy ateo. No le veo lógica ni sentido a la existencia de un ente omnipotente y omnipresente (valgan las rimas) que un buen día decidió que el universo echara a andar. Pero que no se asusten los capillitas bohemios, aunque no crea en dios me gusta la semana santa y creo que el Gran Poder transmite algo especial (de hecho, prometí al otro bético bohemio con el que he montado esta bendita locura que iría con él a una misa en San Lorenzo si ganábamos); y esto es algo que entendió a la perfección el recientemente fallecido Carlos Amigo Vallejo, así que no se sofoquen ustedes. Quién sabe, lo mismo el día que me muera resulta que toda la película es verdad y me encuentro con algún amigo creyente que me diga: ¡Te lo dije! Lo malo va a ser como tenga yo razón, ya que no podré decirle esas mismas palabras a ninguno de mis meapilas favoritos.
Bien, a pesar de mi ateísmo, creo profundamente en las cábalas. O más que creer en ellas, podríamos decir que las cumplo por si acaso. Y no creo que esta sea ninguna actitud rara, seguro que hay más de uno y más de dos «creyentes» que, por si acaso, se persignan todas las noches antes de dormir. Pero es que el hombre (a pesar de lo que nos dijo la Ilustración) es irracional y está lleno de contradicciones. ¿Qué la semana santa gusta en Sevilla a ateos e impíos porque trascendió lo religioso para abrazar lo popular? Por supuesto, pero que sobre todo gusta por esas contradicciones que nos persiguen desde que nacemos… también.
Pero no me voy a desviar más, volvamos a las cábalas. A lo largo de esta temporada he ido cumpliendo una serie de cábalas que, desde mi convencimiento más absoluto, han ayudado al Betis a estar donde está en la Liga y a ganar la Copa del Rey: misma camiseta y sudadera para los partidos de fuera que he visto en casa, cerveza de etiqueta o cristal verde durante el partido, la postura apuntando hacia la portería que atacamos… Pequeños detalles que han hecho un Betis campeón y que tuvieron su culmen en la final de Copa que todavía tenemos en mente.
Ahora todo el mundo habla de Cousillas y de Kiricocho. Y está feísimo por mi parte decir esto, pero es que, en Betis Bohemio, cuando nadie sabía quién era Don Rubén Cousillas, ya escribimos sobre él, sobre sus cábalas y sobre Kiricocho. ¡Hasta hicimos unas pegatinas que me sacan una sonrisa cada vez que las veo por los rincones de Sevilla! Pues bien, el día de la final, desde mi asiento en Gol Sur pegando a preferencia, teniendo la portería de los penaltis prácticamente a mi altura, me empapé de las cábalas de Cousillas y de Kiricocho.
Cuando llegó la tanda de penaltis cogí mi pegatina, al igual que Cousillas agarró su estampita de la Macarena, y me convencí de la necesidad de gritar Kirococho en cada penalti. Y allá que fue el primero, lo grité con fuerza, pero el balón entró. Hice lo mismo con el segundo y con el tercero, pero aquello no funcionaba. Tenía que darle una vuelta a la cábala para conseguir la victoria, y vaya si lo hice. Del mismo modo que Cousillas fue al córner estampita en mano, antes de que tirara Musah cogí la pegatina y la pegué en mi asiento. Di un paso hacia el lado izquierdo para que hubiera una línea directa entre mi asiento, con su pegatina de Cousillas gritando Kiricocho, y la portería que defendía Bravo. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir, lo que todo el mundo sabía que pasaría cuando vieron a Musah caminar hacia el punto de penalti. Embarcó la pelota entre una marea de béticos a los que les faltaban uñas y lexatines, provocando que las lágrimas brotaron solitas de mis ojos.
El resto es una historia que sigue despertando alegrías y que ha provocado resfriados entre la mitad de Sevilla que ha tenido la suerte de nacer en el lado bueno del río Betis. Y poco más tengo que contar, quería que esto fuese una cosa cortita y al pie, como los pases de Guido, pero se me ha ido de las manos, como la fiesta de Borja Iglesias y Bellerín. Solo me queda volver a repetir las palabras con las que titulé aquel artículo que escribí cuando nadie ubicaba a Cousilllas. Aquella vez lo dije desde la fe más atea que ha conocido Sevilla, esta vez lo hago desde el convencimiento: ¡Kiricocho, qué bueno que viniste!