Por José Manuel Cano / @Betistorico
El 6 de diciembre de 1995 el Real Betis tenía una cita con la historia, y más concretamente con su historia europea. Una noche que se planteaba inolvidable para un encuentro al que, además, por desgracia, no estamos especialmente acostumbrados. Aquel día la cosa no salió bien, pero el ambiente vivido, la conjunción de esa grada con su equipo y la entrega de ambos, dejó esa fecha grabada a fuego como una de las noches más especiales para todos los que visitamos Heliópolis.
Los nacidos a mediados de los 80 tenían sus primeros recuerdos del Real Betis con sensaciones extrañas y con no demasiadas alegrías: dos descensos casi consecutivos, promociones que se perdían, conversión del club tras su casi desaparición, y un periplo de tres años en segunda división que dejamos atrás en aquel mayo de 1994 en El Plantío burgalés. La llegada de Lorenzo Serra en la recta final de la temporada llevó al equipo al ascenso, a quedar tercero en el retorno a Primera División y a disfrutar una experiencia europea que llevaba más de una década sin ser vivida en Heliópolis.
Tras dejar atrás a dos equipos con cierto renombre en el torneo europeo como son el Fenerbahçe turco y el Kaiserslautern alemán, en octavos de final el sorteo nos enfrentó al Girondins de Burdeos y el Real Betis viajó a Francia con una impecable trayectoria europea (pleno de victorias) y bastante buena en liga (solo 2 derrotas en 13 partidos). Sin embargo, el Real Betis perdió por 2 goles a 0 en tierras francesas.
Dos semanas después, el Villamarín se preparó para una noche que pretendía ser histórica a pesar del resultado adverso de la ida. Nadie se planteó que fuera imposible, nadie pensó que íbamos a caer, nadie pensó que el sueño acabaría ese día. Por muy difícil que pareciera la remontada, la afición bética asistió al coliseo verdiblanco con el pleno convencimiento de salir victorioso y si no de, al menos, dar todo lo máximo, de apoyar al equipo hasta el final, de hacerle pasar al rival el peor rato posible y de vender muy caro ese billete europeo para cuartos de final.
El manquepierda llevado a su máxima expresión, la más absoluta fidelidad y entrega de una afición y el amor incondicional por su equipo fue lo que se vivió ese día. Aquel 6 de diciembre de 1995 el Villamarín se vistió de gala en un lluvioso día y con un ambiente espectacular, con la clara idea de que aquello fuera una olla a presión y de conseguir los dos goles que se necesitaban para igualar la eliminatoria.
Pero todo se torció al poco de empezar. Un todavía no muy conocido Zidane sorprendió desde lejísimos a Pedro Jaro y marcó un golazo nada más empezar que hacía que lo que parecía muy complicado, se convirtiera en una quimera. En aquel momento ya no hacían falta 2 goles…hacían falta 4. Sin embargo, no se escuchó ningún reproche, ningún silbido, ningún insulto, ninguna queja… solo un grito unánime: “BEEETIS, BEETIS, BEEETIS”, para intentar levantar al equipo y llevarlo en volandas hacia una victoria que parecía imposible pero que, en el fondo, todos soñábamos. Tras el gol en contra, este que escribe vivió un momento que no se le olvidará jamás con un por entonces compañero de la grada de Voladizo. No sé su nombre, solo lo conocía de vernos en Tierra Santa, pero dijo una frase que siempre recordaré cuando el Betis ni siquiera había sacado de centro: “bueno, pues nada, hacen falta cuatro goles…pues palante”. Sin ni siquiera pasársele por la cabeza que aquello no fuera posible.
No pudo el Real Betis hasta el minuto 30 perforar la meta rival: un maravilloso pase en profundidad de Stošić al espacio buscando a Pier, una salida algo alocada del portero francés y un maravilloso remate desde lejos de vaselina con muchísima clase de Alexis Trujillo pusieron el 1-1 en el marcador y animaron a la afición bética. No cesó en su empeño y en las postrimerías del primer tiempo, con el tiempo cumplido, se produce un córner a favor del Real Betis, a pesar de la insistente protesta de Juan Sabas reclamando falta: “ahora, ahora, ahora Betis, ahora” gritaba el Villamarín. Robert Jarni sacó de esquina y Stošić marcó de cabeza el 2-1 en un gol que se celebró con absoluto delirio y hacía subir aún más los decibelios, y la esperanza.
Lamentablemente, el marcador no se movería y la suerte no nos acompañó ese día. Una falta magistralmente sacada por Stošić se marchó al palo y se paseó por la línea de gol saliéndose de la portería en un efecto prácticamente diabólico, dejando al Villamarín incrédulo y con la miel en los labios. No pudo ser.
Se acabó el partido y los gritos de “BETIS, BETIS, BETIS” retumbaron más fuerte si cabe. Aquel día el Real Betis cayó eliminado, pero el partido supuso una lección y una inyección de beticismo. Cayó eliminado, pero salió con el orgullo de su afición, y su afición con el de su equipo, viviendose una unión entre ambos irrepetible e inolvidable que, a pesar del resultado final, permanecerá en la memoria del bético. Esto, es el Betis. Manquepierda.
Este artículo formó parte de la Revista Betis Bohemio 3: Europa, una conquista presente, que puedes descargar aquí: