Por @AtilaLadinsky
Sí, lo reconozco, no hay noche en la que no cierre los ojos y, mientras Morfeo me va llevando camino de su reino, dispute la final. La he soñado todos los días del último mes de mil maneras diferentes, pero eso sí, siempre barriendo para casa. He visto dos goles de Fekir, un pase imposible de William, un remate del Panda por la escuadra, a Joaquín levantando La Copa al cielo sevillano, el abrazo interminable con mi padre…
El sueño de ayer fue muy distinto, quizás porque me llegó un nuevo sms de recogida de la entrada y me quedé mirando el epitafio final del mensaje como quien mira al diablo a la cara. En él rezaba: «Renuncia de entrada».
Primero pensé que no tenía sentido ese apartado de renuncia, que estaba de más, que sobraba, pero bastó para que la final que me esperaba al cerrar los ojos otra nueva noche se tornara en pesadilla: no apareció Canales con su clase exquisita, ni Bartra cortando una contra decisiva, incluso no hubo un gol en contra, fue mucho peor. Desfilaron ante mí esos béticos padres de familia o sin familia que, con la que está cayendo, no tuvieron más remedio que pulsar ese maldito botón y renunciar a lo que llevaban media vida esperando. ¿Qué sentirían al tocar la pantalla y tirar tanta alegría por la borda? ¿En qué y en quién pensaron cuando hicieron ese fatídico click?
Al despertar recordé que podríamos haber sido cualquiera de los que estaremos alentando el sábado en la Cartuja, la vida es la que verdaderamente tiene caminos inescrutables y ese camino le corresponde allanarlo a aquellos que salten al césped el 23 de abril.
Solo ellos tienen en su mano que todos, nosotros y los que pulsaron la renuncia más triste, cantemos locos de alegría en Plaza Nueva, porque la Cartuja es solo una parada en el trayecto. El verdadero destino, y dónde hay que volver, es a Plaza Nueva.
Allí sí estaremos todos juntos.
