Por Enrique Roldán Cañizares / @enrolcan
Decir Antonio Tenorio Martínez es decir Real Betis Balompié, y probablemente, pese a lo manida que pueda parecer dicha expresión, Tenorio sea el caso más paradigmático de unión entre un equipo de fútbol (una de las muchas cosas que es el Betis) y una persona. Y no me refiero exclusivamente a su pertenencia a los One Club Man verdiblancos, sino al hecho de que el resto de su vida, una vez que colgó las botas, girase en torno al equipo de las trece barras.
Antonio Tenorio nació en 1903. No existían todavía ni el Sevilla Balompié ni la canalla, por mucho que pseudo historiadores quieran pregonar falsedades, pero sin duda estaba destinado a ser una parte indeleble del Real Betis Balompié. Su debut con el Betis, al que había llegado procedente del CD Regional, fue en junio de 1923 en un partido amistoso contra el Español FC disputado el Cádiz cuando contaba con 20 años. Desde entonces, formó parte del club verdiblanco hasta su retirada en la temporada 1931-32, llegando a disputar un total de 144 partidos con el equipo de sus amores. De hecho, esa última temporada 31-32 era recordada por Tenorio en el año 1954 como aquella en la que alcanzó el culmen de la felicidad como bético: “La mayor alegría que el Real Betis Balompié me ha deparado hasta la fecha fue en “Les Corts”, cuando le ganamos al Cataluña FC por 1 a 0 en un partido decisivo para el ascenso a Primera División”.
Previamente, aquel muchacho que decía que era “de los infantiles del potaje, de los que juga[ban] contra el bistec (…) de los niños pobres contra los más pudientes, los que habitualmente comían carne”, había vivido en primera persona la conquista de la Copa de Andalucía de 1928, al igual que el subcampeonato en la Copa del Presidente de la República de 1931, hasta que conquistó el ascenso a Primera División en su última temporada como jugador del entonces Betis Balompié. Pero si en el año 1954 recordaba como su mayor alegría una victoria que hizo más que probable el ascenso a Primera División, la conquista de la Copa del Rey en 1977 fue la mayor de las dichas de un hombre que, ya por aquel entonces, era una de las personas más importantes del club de Heliópolis.
Y si digo esto es porque, pese a su retirada de los campos de polvareda que eran por aquel entonces los estadios españoles, Antonio Tenorio siguió ligado al club como utilero y como conserje del estadio bético, tanto en el Patronato Obrero como en Heliópolis, a lo largo de 50 años. Lo verdaderamente particular de Tenorio, y lo que le convierte, si no en una barra del escudo, en una de las vigas que sostiene el estadio, es el hecho de que vivió en él hasta el día de su muerte. De hecho, cuando el estadio de Heliópolis hubo de ser remodelado de cara al Mundial 82, el club le ofreció un piso de alquiler en Reina Mercedes con la idea de que se mudase allí mientras durasen las obras. La respuesta de la viga de carne y hueso que sostenía el estadio era que solo lo sacarían de allí “con los pies por delante”.
Y lo cierto es que no se estaba tirando ningún farol, pues, ante la insistencia de permanecer allí, la directiva bética le dio una roulotte para que pudiera vivir en ella junto a su mujer mientras duraba la obra. Una bronquitis aguda le hizo tener que trasladarse al entonces García Morato en enero de 1981, aunque se recuperó y pudo volver al lugar que le hacía feliz.
Alberto Tenorio falleció en abril de 1982, a pocos meses de que su casa fuese escenario del Mundial de 1982. En su esquela se indicaba que su domicilio era el Estadio Benito Villamarín, una muestra más de que el estadio heliopolitano no solo era la casa del Real Betis Balompié, sino que también lo era de Alberto Tenorio Martínez, la viga bética de carne y hueso que, durante 50 años, mantuvo en pie al Benito Villamarín.
Este artículo forma parte de la Revista Betis Bohemio 12 One Club Man, que puedes descargar aquí: