Son las 4 de la mañana, suena el despertador y cojo la bufanda con la misma ilusión de la primera vez que fui “caminito de la palmera”. Aunque ahora el camino sea otro, el destino es el mismo. Son 4 horas y media de viaje hasta Braunschweig, las cuales no pesan nada.
Al llegar a Braunschweig nos encontramos una ciudad muy diferente a Berlin, pero cuando nos vamos acercando al Eintracht Stadium se comienzan a vislumbrar unas camisetas verdiblancas al fondo: ahí estaban los míos, y para allá que vamos. Somos apenas una docena, pero no tardamos en empezar a compartir las historias de béticos en el exilio.
Conforme se va acercando el partido van llegando más y más béticos, más de cien aficionados verdiblancos somos los que nos vamos a congregar en el estadio (para asombro de propios y extraños), mientras todos pensamos lo mismo: al Betis no se le puede dejar solo. Y vaya que no lo hicimos.
Alrededor de una hora antes del partido entramos en el estadio y, por supuesto, lo primero que hicimos fue parar en el bar del estadio para tomarnos una cerveza (viva el futbol en Alemania), cosa que tuvimos que hacer frecuentemente durante el encuentro al ver el ritmo del partido.
Pero ni el resultado logró aguar la fiesta verdiblanca, sino que, al contrario, y haciendo gala de manquepierda y de mucho humor, no paraban de repetirse canticos y palmas con ese ritmo que solo conocemos en el Villamarín. Incluso terminamos haciendo la ola, a pesar del poco entusiasmo del público local, los cuales acabaron fascinados con la entrega y pasión de los aficionados verdiblancos. Y es que estos ilusos alemanes aún no sabían que el Real Betis siempre juega de local.
El partido termina con derrota 3-1 y, tras hacernos unas fotos con el Panda (es más grande que la puerta de Brandenburgo), nos dirigimos al bar del estadio donde nos juntamos con aficionados locales a seguir compartiendo historias entre cervezas. Los locales convidaron a Jagermeister y nosotros a jamón. A este divertido encuentro siguieron uniéndose aficionados locales, con el pertinente intercambio de bufandas, creándose una amistad que esperemos que dure para siempre.
Un día de futbol para no olvidar, de beticismo puro, de cientos de historias entrañables. Historias como la de Mario, que se emocionó durante el partido al recordar a su padre, el cual se enamoró de una sevillana y, por supuesto, del Betis, un amor que inculcó a sus hijos en Alemania. O Marina, que vino desde Baviera con su hija, también bética. Historias de todo tipo, béticos emigrantes, béticos nacidos en Alemania o simplemente béticos, sin ningún motivo aparente.
Pero si hay una historia que no olvidaré, esa es la de Theo, Nico y Nancy, tres béticos de corazón. Tanto es así, que hasta lo llevan en la piel. Estos béticos visitaron Sevilla y se quedaron impregnados de esta hermosa ciudad… y del Betis.
Y es que cuando el Betis te agarra, no te suelta jamás.