Por Javier Guerrero // @BetisShirts
Mi vida ha cambiado para siempre. Lo noto en el aire, que me embriaga de aromas sevillanos. Lo noto en el sol, cuya luz brilla con más intensidad estos días. Hasta en mi paladar lo saboreo, me saben mejor las cervezas y los gin-tonics, y cualquier comida que me llevo a mi boca me parece un manjar digno de los mejores palacios. Sí, Juan Miranda me ha cambiado la vida, y sí, el mérito no es solo de Juan Miranda, es de muchísima gente, pero su gol me ha hecho entrar en otra etapa de mi vida. Ha sido como cuando en el colegio nos explicaban que la Edad Media acababa con el descubrimiento de América, pues estoy igual pero con el tanto del niño de Olivares.
Y sí, sigo con el mismo trabajo, viviendo en la misma casa, juntándome con las mismas personas y soltero. Y sí, seguiré pensando que la del Coronado la mejor cerveza de Sevilla, que las mañanas de sábado en la calle Feria tienen una alegría especial y que Julio Cardeñosa es Dios (aunque no lo haya visto jugar en directo un solo minuto). Pero que ya todo es distinto, como dijo Alberto García Reyes en su pregón, “ya todo es punto y aparte”.
La misma mañana del partido un amigo mío hacía once años con su señora. ¡Once! Teniendo tanto mi amigo como yo veinticinco palos. Casi media vida. Pues cuando vino a la previa me quedé mirándole y pensé, “este tío el día que se case con la Mari sentirá algo muy parecido a lo que yo voy a sentir como ganemos hoy”. Porque mi amigo, que lleva toda la santa vida con su novia, la seguirá amando siempre pase lo que pase, pero la relación será ya distinta cuando pasen por el altar, porque no es lo mismo ser novios que ser marido y mujer. También pensé que si “la Mari” lo dejase él se sentiría con las mismas ganas de vivir que yo si perdíamos, pero no, Juan Miranda fue el cura de esta improvisada boda y la noche que pasé fue mil veces mejor que la que tendré el día que alguna me engañe para casarme. Porque sé, como dijo el poeta, que “no hubo noche ni la habrá, más hermosa que la dulce noche que he pasado contigo”. Otra amiga me dijo que jamás me había visto tan feliz, obvio que no miarma, si llevaba 17 años esperando esto.
Y sí, Juan Miranda abrió las rejas de mi alma para sacar a flote los recuerdos más dolorosos de mi vida futbolística. Recordé los dos descensos que he vivido desde que tengo uso de razón. Rememoré un empate en casa ante el Irún que siempre viene a mi memoria en días aciagos. Me acordé de mi abuela que se fue hace muchos años, y de ese Betis – Atlético de Madrid de pretemporada cuando vino al estadio por última vez. Me acordé de mis padres llevándome a partidos infaustos, de mis amigos en viajes en los que te preguntabas que si merecíamos esto. Me acordé del Cádiz, del Deportivo, del Athletic, del Rayo, del Córdoba, del Almería y de tantos otros que nos negaron la gloria durante tantos años, entre ellos el Valencia. Me acordé de derbis infaustos y de vecinos infames que han estado ladrando como lo que son desde el palazo que les supuso la eliminación. ¡Qué cura de humildad ante tantísima prepotencia! Y no solo del fútbol me acordé. A mi cabeza vinieron todas las veces que la vida me trató mal, cada bronca de un profesor, cada día duro de trabajo, la ruptura con mis dos exnovias, los dos años de pandemia con una vida a medio gas y todo absolutamente todo lo que no acabó bien en mi vida. Saqué los traumas de diecisiete años y rompí a llorar abrazado a mis padres y a mi amigo Pablo Valencia, el mismo con el que tres años atrás lloraba en Mestalla cuando nos quedamos sin esa soñada final de 2019.
Llámenme loco, pero soy otra persona. No ando, voy flotando por la calle porque me he quitado de la espalda el peso de cada cosa mala que he tenido en 17 años. Y sí, todo lo se debo a Juan Miranda. Seré bético como siempre he sido, porque a nada querré más que al Betis, pero “ya todo es punto y aparte”.