Por Javier Guerrero // @BetisShirts
¿Qué fuimos? Campeones de la Copa del Rey en 1977 y en 2005. ¿Creo que este año será el bueno? Pues no, pero la esperanza viste de verde y no atiende a razones, así que, como el niño que era cuando tocamos por última vez el cielo de una noche madrileña, hoy me he despertado nervioso porque jugamos la competición más bonita que existe, el torneo del KO.
¿Por qué es para mí el más bello de los campeonatos? No sé, tal vez el motivo sea que me hicieron socio en la 2004-05, fue llegar y besar el santo. Curiosamente, también siendo un infante, a mi padre le sacaron su primer carnet en el curso 1976-77. Está claro que estamos bendecidos. Y no, no hay ningún Guerrero más que venga en camino, mío no desde luego, pero está claro que por cábala me tengo que poner las pilas, no por solucionar los futuros problemas de la pirámide de población de nuestra inmortal nación, sino por calmar la sed de copas que en Groucho no me puedo quitar, la que como antes he dicho, sigo esperando con la ilusión de un niño de nueve años que está llorando abrazado a su madre por un gol de Dani.
Dieciséis primaveras han pasado, qué barbaridad. Y sí, en estos años ha habido muchas otras lágrimas, más de penas que de alegrías, pero lágrimas de amor, las más puras, las que salen del corazón. Cada año que arrancan las eliminatorias y la verdiblanca salta a un campo recóndito, me vienen a la cabeza recuerdos de noches que nunca olvidaré, aunque sean en forma de ilustres y pontificios petardos, de los que nos hemos tragado muchos. Y eso que soy joven, pero he visto al Córdoba mandarnos a paseo dos veces, y las dos en nuestro estadio. Que no fue el baño del año de la manita del Cádiz, pero también fue de tomo y lomo. Y el Cádiz, madre del amor hermoso, el Cádiz. Mis padres en Venecia de viaje y yo con mi casa sola no se me ocurre otra cosa que decirle a mi novia de aquel entonces que, si yo fuera una persona normal, la invitaría a casa y le prepararía una cena romántica y una velada inolvidable, pero como no lo era, ni lo soy, por culpa de este bendito equipo, si ella quería la llevaba a un plan mejor, al fútbol. La pobre, que era una santa para esas cosas, aceptó. Vaya papeleta. ¿Me arrepiento? No, arrepentirse de ir al Villamarín es no haber entendido nada de la vida.
Es como si me arrepintiera de haber ido a la ciudad de Valencia, a las semifinales contra el Valencia Club de Fútbol, con mi amigo Pablo Valencia. De esa Copa puedo contar muchas anécdotas, pero ninguna como la de cuando el árbitro pitó el final del partido. Yo, por motivos personales, necesitaba esa alegría, pero sobre todo la necesitaba porque en mi cuerpo recaían años y años de desilusiones en verdiblanco. Mis zapatos estaban llenos de barro y mi alma tenía mil cicatrices. El trencilla pitó el final y rompí a llorar como hacía años que no lloraba. Lloré con todo el dolor de mi corazón ante un nuevo varapalo. Lloré porque creía en un remontada que ya no iba a ocurrir. Lloré porque ella estaba para mí y ya no lo iba a estar más. Lloré por el miedo de tardar otra vez tantísimos años en tener una oportunidad así. Y lloré porque a mi lado, Pablo Valencia al que conocía desde niño y al que jamás había visto llorar, empezó a hacerlo desconsoladamente y ambos nos fundimos en uno de los abrazos más duros que me he dado en mi vida. Ese abrazo lo rompió uno de los tres locos que fundamos Betis Bohemio, Martín, al que no había visto en todo el día. Apareció como un ángel de la guarda para decirme “Javi, esto es solo el principio, hazme caso”. Siempre me gustó la gente optimista, tal vez por eso siempre me gustó la gente del Betis. Aunque esa herida tardó en curarse, la tengo hilada con un capítulo de Béticos en Betis TV en el que Manolo Rodríguez entrevistaba a Adolfo Cuéllar Portero y, dejaba una frase que resume el credo, mi credo, mi late motiv: “siempre vamos a tener la esperanza de la siguiente oportunidad”. Una visión acertadísima del Manquepierda.
Pero bueno, no hablemos solo de desgracias que habrá que motivarse para esta noche. Una noche copera de principios de temporada, ante el Salamanca, don Rubén Castro Martín hizo su primer gol con la sacrosanta y heliopolitana elástica del Real Betis Balompié. Ese día, curiosamente, también lo hizo Beñat. Aquel fue un gran año. Salamanca, Granada en penales allí, Zaragoza, Getafe en Reyes y aquella mágica eliminatoria con el Barcelona. Ay si Jorge Molina llega a poner el tres a cero al cuarto de hora, el taco que podríamos haber formado. Y hablando de tres, con Mel hubo un año que le metimos tres al Valladolid, que tres goles en un solo partido esos años no se estilaban tanto por Heliópolis. Ahora sí, porque el ingeniero y Cousillas tienen un plan. El plan el año pasado casi lía una gorda, nos faltó el canto de un duro. Siguiendo con los tres a cero también me viene a la cabeza otro al Elche, en Navidad. Y el tres a uno al Espanyol que nos metía en las semis antes citadas. En fin… vamos a venirnos arriba que hoy hay que ganar para que el Betis a la Plaza Nueva vuelva algún día.
Ese día no sé si vendrá este año, el que viene, o dentro de tantos que ya no estaré ni el mundo, pero un año más nos encontramos ante la esperanza de la siguiente oportunidad, y la esperanza es verde, y más en Sevilla. Humildad, ilusión y ambición para volver a ser lo que fuimos.