Por Javier Guerrero // @BetisShirts
Desde pequeño me gustó mucho juntarme con la gente mayor, y es que se puede aprender mucho con aquello de “más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Y si de algo me ha gustado, me gusta y me gustará aprender siempre, es del Real Betis Balompié. Por ello, cuando era pequeño y mi padre en una reunión hablaba del Betis con sus amigos, yo me pegaba a ellos, me callaba, intentaba no molestar lo más mínimo y aprendía de aquellos recuerdos de mis mayores. Así fui conociendo de forma incipiente la bendita historia de nuestro club; y así fue como un bético nacido en 1996 oyó por primera vez nombres que, con los años, asignó a la categoría de mito. En una de estas charlas, un nombre de extraña sonoridad para un chaval de cinco o seis años quedaría grabado para siempre: el nombre de Trifon Ivanov.
Antes de seguir con mi historia personal con él, por si hay algún despistado que no lo conozca, es necesario comentar que Ivanov era natural de Bulgaria y que estuvo durante dos etapas distintas en Real Betis Balompié. Una primera cesión en la 90-91 y, posteriormente, un segundo periodo en el que el búlgaro, durante las temporadas 92-93 y 93-94, fue propiedad del club. Algo indisciplinado en lo táctico, pero con una calidad incuestionable que le valió ser mundialista con Bulgaria en EEUU 1994.
Volviendo a mi relato, en mi cabeza ya se había quedado grabado ese nombre, pero también lo hicieron otros por la misma razón que el del búlgaro, ejemplo de ellos podrían ser Kasumov o Grussman, y es que ninguno de mis compañeros de clase se apellidaba así. Pero como decía, mi pasión por la historia del Betis me hizo ir conociendo jugadores que no tuve la suerte de ver en vivo y en directo y, a la par que conocía sus hazañas, conocía sus historias, sus procedencias y hasta sus apariencias. Así es como más de dos décadas después de haber oído el nombre del recordado Trifon, solo hay dos jugadores que habría preferido ver en directo antes que él, Simón Lecue y don Julio Cardeñosa Rodríguez. Aunque los motivos son muy distintos. Lecue porque, además de ser el primer internacional, implicaría ver a los campeones de Liga en directo (quién tuviera una máquina del tiempo…) Don Julio porque es el más grande, es Dios, y el que no esté de acuerdo es un ateo, infiel o impío, y al que me acuse de decir que es Dios sin haberlo visto, debo decirle que la fe me la ha legado mi padre como hizo con la católica, cual dogma heredado del que no necesita ver para creer.
En cualquier caso, el lobo búlgaro me conquistó por algo más importante que la calidad futbolística, que, por cierto, tenía de sobra. Me conquistó por ser un símbolo, un símbolo de los noventa, del Betis y del fútbol que ya hoy está muerto. Ivanov, con su melena, su garra, sus peleas, su chilena al Villarreal, su anarquía y su clase, es, quizás, la última reminiscencia de una época que ya no existe, unos tiempos que perduran en nuestra memoria como recuerdo de que, en lo que a la pelota se refiere, cualquier tiempo pasado fue mejor. Tiempos de Sarriá, Atocha, San Mamés y del Gol Sur más fuerte que jamás ha habido. Tardes de transistor y no de ese infernal aparato del que hay gente que ya ni en el fútbol se despega. Noches de botas de vino para entrar en calor en lugar de las dichosas botellitas de agua sin tapón.
Fútbol de clubes, donde sus socios mandaban, y no de una ley SAD que empezó a destruir a los hinchas para ir sustituyéndolos por clientes. Equipos que vestían como llevaban vistiendo desde su fundación, tiempos en lo que las marcas comerciales innovaban sin atentar como ahora hacen las actuales. En definitiva, un fútbol que no es el fútbol actual. Sé mucho de las luces y sombras futbolísticas de Ivanov, y sí, seguramente solo quisiera haberlo visto por vivir aquellos tiempos, esos derbis, esos viajes, en definitiva… esos años. Seguramente será porque odio el fútbol de hoy en día, será porque soy un romántico del balompié y tal vez Trifon Ivanov fuera el símbolo de esos días que ahora se antojan un sueño. Qué sabré yo, si lo que único que sé es que, años y años después, el que quizás fue el último bohemio sobre nuestro sacrosanto césped heliopolistano, sigue vivo en el corazón de muchos que lo vieron y de muchos que no. Como rezó aquella pancarta de Gol Sur el día que se nos fue: “Trifon, tu hinchada no te olvida.” Y añado que, no solo no te olvidará, sino que no lo hará nunca, romántico del balompié.