Por Enrique Roldán Cañizares / @enrolcan
Si recuerdas el refresco Tab tienes más años que un bosque. Y si recuerdas a Tab Ramos, el jugador estadounidense (de origen uruguayo) que jugó en el Betis mucho antes que Johnny Cardoso, también. Por si alguien no lo conoce, Tab Ramos es el vivo ejemplo de cómo un futbolista con nombre curioso, pelos raros y pasaporte yanqui puede hacer que un muchachillo bético de cinco años quiera que Estados Unidos gane un Mundial de fútbol.
Ese muchachillo bético de cinco años, evidentemente, es este que escribe. Yo me acuerdo del refresco Tab porque mi madre lo bebía, y si me acuerdo de Tab Ramos es porque lo tenía en las estampitas de fútbol. En este sentido, yo siempre he contado que mi primer recuerdo del Real Betis Balompié es el ascenso de Burgos del año 94, temporada en la que el bueno de Tab Ramos jugó (aunque no mucho) en nuestro Betis. Hasta aquí alguien podrá decir que, entonces, lo de la estampita de Tab Ramos es mentira, porque ese año el Betis estaba en Segunda y los de Ediciones Este no contaban con el inmenso honor de que las trece barras aparecieran en su álbum. Eso se podría salvar diciendo que en la 94/95 Tab Ramos apareció en la colección de estampitas, tal y como se puede ver en la foto que ilustra el artículo, pero no es plan de ponerse a discutir con nadie.
Pero es que por ahí no van los tiros, pues me refiero a un álbum de estampitas que hicieron del Mundial. Al poco tiempo de que el Betis ascendiera a primera tras ganar en Burgos, dio comienzo el que, para mí, fue el primer paso clave en la prostitución del balompié: el Mundial de Estados Unidos 94. Pero claro, en aquella época qué iba a pensar yo de la mercantilización del fútbol y de esa sociedad con muchas armas pero con pocos hospitales públicos que tienen los estadounidenses; yo solo pensaba en que en la selección yanqui había un jugador que se llamaba Tab Ramos, que mi abuelo me había contado que había estado dos años en el Betis y que yo tenía su estampita pegada en el álbum del Mundial.
Aquello bastó para que yo quisiera que Estados Unidos ganara el Mundial. Es cierto que aquel futbolista que tenía un aire a Buffalo Bill, el mítico Alexis Lalas, también ayudaba a mi cariño por el equipo de las barras y estrellas, pero que en la selección española no hubiera ningún jugador del Betis decantó la balanza por la gente que dice soccer en vez de football.
Pero si algo me ha caracterizado a lo largo de todos los años que llevo dando bandazos por estos mundos de Dios es el ser un desgraciadito a la hora de cogerle cariño a un equipo de fútbol. Equipo en el que me fijo, equipo que no le gana ni al Mosquito, y Estados Unidos (que ya de por sí era tela de malo) no iba a ser una excepción. La selección del bueno de Tab se clasificó para octavos de final gracias, entre otras cosas, a la victoria que obtuvo contra Colombia, pero en la siguiente ronda se encontrarían con un hueso duro de roer: la Brasil de Romario y Bebeto que terminaría ganando la Copa del Mundo.
Pero lo verdaderamente relevante de este partido no fue la victoria brasileña, sino la lesión que sufrió nuestro querido bético yanqui. El defensa brasileño Leonardo le dio tal codazo a Tab Ramos que le fracturó el cráneo, provocando que estuviera hospitalizado durante tres meses. Esta agresión asesina no fue el final de la carrera futbolística del jugador, pero sí el final de su paso por el Betis, al que había llegado en la temporada 92/93 procedente del Figueras. De hecho, ahora que lo pienso, Dios sabrá que se le pasó por la cabeza a un uruguayo nacido en Montevideo y criado en Nueva Jersey cuando puso pie en Figueras por primera vez. Pero bueno, los caminos del señor son inescrutables, y más si tras un paso por la bella Figueras terminas cayendo en Sevilla.
Como digo, aquella larga lesión y el regreso del Betis a Primera División puso fin a la aventura bética del primer estadounidense que se enfundó nuestra camiseta. De hecho, cuando volvió a tener la cabeza en condiciones se fue al Tigres de México, adelantando una relación bético-mexicana que cada vez da más coraje por estas tierras, amén de los futbolistas que no paran de irse allí a echar un retiro dorado mientras suenan los tiroteos por las esquinas.
Pero el Betis es tan grande que la cosa va más allá. Lo cierto es que la historia de Tab Ramos podría servir como el antecedente bético-yanqui de la llegada de Johnny Cardoso, pero la realidad es que la relación del Real Betis Balompié con el país del béisbol, el fútbol americano y ese hockey sobre hielo en el que pueden hartarse de hostias, va bastante más allá.
Y es que en la historia del Real Betis Balompié hay anécdotas curiosas, pero pocas como aquella vez en la que un equipo de fútbol americano, unas «cheerleaders» y un tal coronel McCoy desfilaron por el Benito Villamarín. La razón de esta visita de los americanos, a quienes recibimos prácticamente como en Bienvenido Mr. Marshall, se debió a la entrega de un trofeo a uno de los mejores delanteros de la historia del Real Betis Balompié: Fernando Ansola.
Ansola fichó por el Betis en 1961 procedente del Oviedo, de donde vino junto a Luis Aragonés. Aquí se convirtió en un referente, llegando a debutar con la selección española y marchándose al Valencia en 1966, algo que ocurrió tras un descenso y sus consecuentes apuros económicos. Pero antes de aquella tragedia, en 1963, un Ansola ya consolidado afrontaba la disputa de la sexta jornada contra el eterno rival.
Pues bien, volviendo a la entrega del trofeo, resulta que la «American Football Fans», una organización formada por militares norteamericanos de las bases de Morón, Rota y San Pablo, decidió entregar a Ansola un premio por ser un claro representante de la «furia española». Tal cual. Cuando el Betis saltó al campo, lo acompañó un grupo de jugadores de fútbol americano, el coronel McCoy (jefe de radares en Constantina, Jankins (director de la Escuela de Santa Clara) y Don Benito Villamarín.
Después de toda la parafernalia, el Betis hace lo que tiene que hacer y vence al Sevilla por dos goles a cero, demostrando que la visita de los americanos le sentó bien a un Betis que concluiría la temporada en duodécima posición. Pero lo mejor es que después del partido volvieron a saltar al campo los jugadores de fútbol americano. Y estos, animados por unas «cheerleaders» que llamaron la atención de propios y extraños, hicieron una demostración de aquel extraño deporte. Aquel domingo los béticos se fueron a sus casas habiendo ganado un derbi y sorprendidos por haber visto a aquellos tíos con hombreras que no paraban de darse golpes.
Pero si el espectáculo de las cheerleaders y los jugadores de fútbol americano no fue bastante para dejar de tener relación con Estados Unidos, el 5 de noviembre de 1980 vino a jugar un amistoso el Cosmos de Nueva York, equipo que en aquel entonces ya había visto pasar a jugadores como los ya tristemente fallecidos Pelé y Beckenbauer, y que se dejó caer por aquí para la inauguración del nuevo Benito Villamarín que se había puesto en pie para la disputa del Mundial de España 82.
Yo creo que, desde aquel Mundial de Estados Unidos, el país no ha vuelto a caerme bien. Es como si el codazo que Leonardo le endiñó a Tab Ramos me hubiera quitado todas las tonterías. Pero estoy seguro de que si alguien le cuenta estas cositas sobre la relación bética-yanqui a Johnny Cardoso será capaz de arrancarle, aunque sea, una sonrisilla tonta. Arropemos al muchacho, pues según demostró contra el Barcelona, no tiene mala pinta. Y confiemos, como siempre hemos hecho, en que forme parte importante de este Betis que, como el Villamarín a principios de los 80, busca reconstruirse para luchar por nuevas cotas. Aunque sea con un yanqui.