Betis Bohemio

Sonrisas y lágrimas

Por Javier Guerrero Alfonso / @BetisShirts

Una vez me dijo un buen amigo de mi padre una definición que, de tan acertada que era, me sorprendió muchísimo. Hay veces que desde fuera la gente ve las cosas más claras que uno mismo, y esa definición no fue otra que “tú eres un tío responsable, con tu trabajo, tus estudios, tus cosas, pero en el fondo solo piensas en el Betis y das la vida por el Betis”. Y sí, ese soy, y es usted a lo mejor, y lo son tantos y tantos locos de la cabeza con quién comparto sentimiento, pero este texto lo escribo yo, así que voy a contarles cómo un joven que solo piensa en el Betis vivió la semifinal ante el Rayo.

Ante las dificultades que había para conseguir entradas en la avenida del Payaso Fofó, los precios, ser entre semana y que ya tenía más días de vacaciones consumidos que los Reyes Magos, veía complicado cuadrar todo en precio y horario para presentarme en el Valle del Kas. Pero hay veces que los astros se alienan. AVE, entrada y hotel por una cantidad de dinero indecente teniendo en cuanto mi pequeño sueldo, pero, ¿qué es el dinero cuando se trata de poder pasar a una final diecisiete años más tarde?

Era un manojo de nervios. Salía en el tren el día del partido después de comer, me tocaba teletrabajar para no perder días y, encima, jugábamos el partido más importante de los últimos años. La primera hora me la pasé sentado mandado correos hasta que despejé la bandeja de entrada y me fui a competir al vagón cafetería. Ahí me esperaban mis compañeros de viajes, béticos de “la Tertulia”, todos mayores que yo, algunos casados y con hijos, con trabajos serios e importantes, sí, pero todos dando su vida por el Betis. Joder, es que yo quiero ser así por más que crezca, la madurez no es dejar de hacer lo que te mueve, la madurez es cumplir con tus obligaciones del día a día para seguir haciendo lo que te mueve. Pero dejando la filosofía al lado, recuerdo birra, conversaciones béticas y muchos nervios, tanto que, al echar la vista atrás para plasmar en estas líneas lo que sentí, me está dando un síncope. Fueron días y días de cábalas. Días reconociendo que, aunque se suponía que éramos favoritos, no podíamos fallar. No valía fallar.

Ya instalados en Madrid seguimos ingiriendo birras, hasta que en un solitario cabify fui a recoger mi entrada. Era impresionante, a pesar de que los locales no dieron un solo billete, la de béticos que había. Recogí el mío y entré al campo. En la Preferencia de Vallecas pensé que me tocaría ver el partido solo, pero no, un chaval me acompañaba, otro bético que como yo se las había ingeniado para viajar. Estaba literalmente acojonado, el corazón no me paraba de latir y, siendo honestos, firmaba el empate. Llegó el gol del indeseable de Álvaro García y firmaba el 1-0. Pero a partir de ahí todo empezó a cambiar, nos asentamos sobre el campo y el juego del equipo empezó a mejorar hasta que Borja nos levantó del asiento. Cómo grité ese gol, cómo saltaron varios a mi alrededor, era nuestro momento. Siguió todo de forma parecida hasta que Carvalho se vistió de Curro Romero para hacer una delicatesen digna de dioses. No canté el gol, me llevé las manos a la cabeza y grité a viva voz: “ole tus huevos” mientras con la bufanda agitada cual pañuelo taurino gritaba “torero, torero, torero”. Pitó el árbitro, y abracé al chaval que había conocido. Hice lo propio con un par de amigos que tenía allí y me fui rápido al cabify de vuelta para reunirme con los demás. Cenamos y nos fuimos de copas. Acabamos a las cinco y media en el McDonalds de Gran Vía tras cantar todo el repertorio del Toni 2. ¿Saben que sentí? Felicidad, no paraba de ver sonrisas de felicidad. Veía sonreír a gente que tantas y tantas veces había visto llorar. Estaba casi más feliz por mi gente que por mí.

Pero, de vuelta en el primer AVE de la mañana, caí rápido que no todo sería felicidad. Solo había dormido un par de horas y me tocó teletrabajar volviendo a la tierra de María Santísima. No habíamos hecho nada, todo parecía de nuestro lado, pero faltaban 90 minutos para certificar esa ansiada final que llevamos esperando 17 años. Y aún faltaba un mes para ese partido. Qué mes más largo, no había manera de acabarlo. Transcurrió con alguna bronca laboral, muchas copas y un poco de sexo, pero no, nada me quitaba de la cabeza la vuelta.

Y esa vuelta llegó. Miren, he visto el Villamarín en miles de situaciones, lo he visto siendo una caldera y una nevera, alegre y cabreado, lleno y vacío, pero jamás lo había visto con tanta tensión como ese día. La gente quería cantar, pero estaba agarrotada. Se palpaba la importancia del momento, podía tocarse los miedos de diecisiete años. Bebé estuvo a punto de matarnos, pero el gol del Panda nos sacó de un letargo y solo pude llorar. Lloré por mi padre, por mi madre, por mi hermano, por mis abuelos que ya no estaban y por mi abuelo que sí está, por mis amigos que me acompañaron en tardes de barro infaustas, lloré por los traumas futbolísticos que había pasado para llegar hasta ahí, solo podía llorar. Lloré por todo lo sufrido de forma personal en mi vida, todo merecía la pena por ese instante. Lloré porque por fin, podría ver a mi equipo en una final y por fin estábamos a un partido de ser campeón, y ahí dejé de llorar y sonreí. Por eso, para mí, esos dos partidos del Rayo, serán siempre de sonrisas y lágrimas.

Este artículo fue originalmente publicado en la Revista Betis Bohemio: Volver a ser lo que fuimos, que puedes descargar aquí:

Revista nº6. VOLVER A SER LO QUE FUIMOS

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