Por Javier Guerrero Alfonso // @BetisShirts
Pocas veces en este aleatorio, loco y cambiante mundo (o más bien universo) que es el balompié, sabe uno certezas absolutas, cosas ante las que pueda prepararse y reflexionar para que cuando ese hecho se dé, el cuerpo, la mente, el corazón y el alma, estén preparados para lo que tenga que venir. Ante el comienzo de una nueva temporada como local del Real Betis Balompié, la única certeza que tenemos y para la que cada uno debe prepararse es que, el próximo curso, los inescrutables caminos de las trece barras, en lugar de a Heliópolis, conducirán a La Cartuja. Por eso es fundamental parar, reflexionar y aprovechar cada partido para guardar todo aquello que nuestro corazón ama, porque se vienen dos años duros en lo moral, porque se vienen dos años lejos de nuestra casa, porque se vienen dos años en los que el Betis, va a ser distinto.
Vaya por delante que este artículo no tiene intención ninguna de criticar el exilio. La reforma de nuestra casa se antoja indispensable en este fútbol moderno que por desgracia nos ha absorbido y es imperiosa la necesidad de irnos durante dos campañas para que el Benito Villamarín, o como por desgracia se llame cuando volvamos, esté a la altura de los tiempos. Y, aunque la gestión por parte del club me parece impecable y hasta tenga la esperanza de que por una vez la ciudad y su red de transportes se vuelquen con nuestro equipo (el equipo de la mayoría de los sevillanos) y nos hagan más accesible llegar a ese rincón perdido de la mano de Dios que es el estadio olímpico, no dejo de pensar en lo que los béticos vamos a perder durante dos años y lo que vamos a sufrir en lo anímico. Y no me refiero a que la cancha no sea un lugar donde se ve bien el fútbol, en este caso el juego es lo de menos, es algo más etéreo, más inmaterial, algo que va más allá de lo bien o mal que transcurra lo deportivo. Va más allá de ampliaciones de capital, de fichajes, de inscripciones. La importancia de lo que digo radica en lo sencillo, en lo mundano, en las pequeñas cosas que perderemos, los tesoros que tienes que empezar a valorar hoy para que tu corazón resista dos temporadas enteras fuera de tu casa.
Esos tesoros son tan infinitos como infinitos son los corazones que sienten en verdiblanco. Nombrarlos todos es imposible, pero como dice el dicho: no están todos lo que son, pero sí son todos los que están. Así que hoy, cuando pongas rumbo a La Palmera, hay que disfrutar hasta del camino, ese camino que tu abuelo recorría desde después de la guerra civil y a los que los taxis lo cobraban con tarifa especial porque estaba fuera de los límites municipales. Ese camino que putearon tantas veces los poderes fácticos de turno poniendo servicios de transporte irrisorios, hay cosas que el tiempo no ha cambiado. Ese mismo camino que infinidad de veces tú has recorrido de la mano de ese padre, esa madre, ese tío o ese vecino en días de partido. Ese camino en Tussam, en autobuses de pueblos lejanos que tanto Betis encierran, en ese coche o en ese paseo. Llena tu corazón de Heliópolis, llena tu corazón de cada verde árbol de nuestro sitio en el mundo y respira el aire del barrio del sol, de la alegría, el barrio que alberga el sentir más sevillano de la capital de mundo. Seca la sed con cervezas del Seto, del Jamaica, del Cástulo o hazlo con litros frías del Benito o el estanco. Valora hasta el Mas & Go donde te compres el lote. Saborea cada bocado que le pegues al kebab de al lado del Félix, a un bocata de la Viña, a una pizza del Sloopy o a un buen pescado del Bronce si ese día vienes con ganas. Disfruta de los Bermejales, de Pedro Salvador, de Tajo si en algún momento la policía está centrada en su trabajo en lugar de dar por culo. Compra las pipas en tu puesto mientras admiras el estadio del movimiento popular más grande del sur de Europa. Y átate bien la bufanda, no la pierdas que no es un año para perder bufandas, un poquito de por favor. Haz lo mismo rituales de siempre y hasta santíguate si eres creyente cuando pases por García Tejero y le pidas al cristo de la Misión por los tres puntos, cuantos rezos nos has escuchado en tardes donde hasta los ateos se aferran a cualquier clavo ardiendo para que nuestro Betis nos de la cal y no la de arena.
En definitiva, vive cada segundo de la previa, del partido y del post. Siente cada abrazo en un gol mientras te rompes la garganta. Esa garganta que tiene que gritar más fuerte que nunca el himno y cada cántico de Gol Sur, esa garganta que tiene que decir hijo de puta a todo aquel cabrón que lo merezca. Déjate las manos en cada palma al compás, déjate, en definitiva, todo lo que tengas, porque durante dos años nada será igual. ¿Recuerdas durante el COVID cuántas veces pensaste aquello de “qué ganas tengo de un día de Betis”? Pues créeme, más ganas vas a tener de volver al Villamarín más de dos años después, y créeme, vamos a volver, pero para que esos dos años se hagan lo más llevadero posible, llena tu corazón de todo aquello que te hace feliz. Porque la vida es hoy, y las pequeñas cosas son las que nos hacen el día a día más llevadero, así que pon todo lo que esté en tu mano porque mínimo tu corazón va a tener 22 partidos (19 de liga y 3 de Europa) para ser feliz, 22 días para llenarse de recuerdos, emociones, llantos y risas que te hagan contar los días para volver a tu casa, nuestra casa, Heliópolis, el Benito Villamarín.