Por Enrique Roldán / @enrolcan
Silvio Fernández Melgarejo, el sevillano bohemio y rockero por excelencia, no tuvo problemas en cantar a los cuatro vientos que, tan pronto como el Rey Don San Fernando conquistó Sevilla, se giró hacia sus allegados para preguntarles dónde estaba su Betis. No voy a ser yo quien ponga en duda las palabras y los conocimientos históricos de Silvio, pero sí vengo a contar qué ocurrió justo antes de la conquista de la por entonces Ishbilya, y cómo esos hechos conectaron Sevilla con Cantabria en general y Santander en particular. Habrá también quien se pregunte qué pinta todo esto en un artículo sobre equipos verdiblancos, pero no se preocupen ustedes, San Fernando empezó aquella relación y el Real Betis se encargó de continuarla tanto con la ciudad de Santander como con nuestro protagonista de hoy, el Real Racing Club de Santander.
No duró tanto como las previas que ahora nos achacan a los béticos, pero Sevilla había estado sitiada por las tropas castellanas desde agosto de 1247 y, a pesar del transcurso de más de un año, en noviembre de 1248 la ciudad seguía resistiendo al invasor cristiano. El secreto de la resistencia radicaba en el puente de barcas que conectaba Triana con la ciudad. Aquel puente, fortificado con gruesas cadenas y protegido por las saetas y flechas que se lanzaban desde el Castillo de Triana y la Torre del oro, era el único punto de conexión de la ciudad con el exterior, y concretamente con el Aljarafe, desde donde llegaban los víveres que permitían la subsistencia de la ciudad. La estrategia de los sevillanos andalusíes fue digna del Mourinho que se dedicaba a plantar autobuses bajo los tres palos, pero el empuje cristiano, que pudo hacer varios cambios en el descanso, acabaría condenando a una Ishbilya cuyo río ya no se llamaba Betis, sino Wadi-al-kabir.
Fernando III sabía que destrozar aquel puente formado por trece barcas (trece, ni una más ni una menos, sino trece) era crucial para la toma de la ciudad, por eso hizo llamar a marineros cántabros, concretamente de las villas de Laredo, Castro Urdiales, San Vicente de la Barquera y Santander. Aquellos marineros, sin saberlo, iban a entrar en la historia de la ciudad de Sevilla, pues fueron ellos los que consiguieron atravesar el puente de barcas, rompiendo el último eslabón defensivo de Ishbilya y provocando la rendición de la ciudad y su conquista por parte de la Corona de Castilla. Aquellos cántabros se vistieron de conquistadores sevillanos, al igual que varios siglos después el Racing de Santander hubo de ponerse unas equipaciones béticas ante la orden de Ayza Gámez, el colegiado de aquel partido del año 2008 que consideró que entre el Betis, el Racing y el césped ya había demasiado verdiblanco en el Villamarín. Así las cosas, que nadie se sorprenda cuando descubra que, tanto en el escudo de Cantabria como en el de Santander, aparece la torre del oro y unos barcos destruyendo unas cadenas, las mismas cadenas sevillanas que hoy descansan en la Iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción, ubicada en la localidad de Laredo, uniendo de forma imperecedera las tierras de Sevilla y Cantabria.
Los años pasaron, los únicos restos musulmanes que quedaron en Sevilla fueron los de la Giralda y el patio de la catedral, y llegó una época clave en la historia del futbolero: las postrimerías del siglo XIX. Porque existen muchas efemérides, pero pocas como la del nacimiento del fútbol. Aquel deporte, creado por distinguidos gentlemen británicos rompió los corsés del clasismo y eclosionó como un deporte popular que era practicado por obreros y patrones a partes iguales. Por eso siempre me he mostrado contrario a aquellos que enarbolan el mensaje de: “Fútbol, creado por los pobres y robado por los ricos”. No señor, el fútbol fue creado por los ricos y socializado por los pobres, y así hasta hace 15/20 años, cuando todo empezó a irse al traste.
El fútbol tardó un poco más en llegar a Santander, puesto que el Real Racing Club no fue creado hasta el año 1913, pero el equipo cántabro consiguió ser una de las escuadras fundadoras de la primera edición de la Liga, la cual echó a andar en la temporada 1828/29. Pero hay un detalle que no se nos puede escapar sobre la indumentaria del Racing: en sus orígenes cometieron el sacrilegio de vestir de rojo. Bien es sabido que nosotros empezamos vistiendo de azul y hemos tenido hasta camisetas con franjas negras y amarillas. ¿Pero rojo? En fin, perdonaremos a nuestros hermanos racinguistas porque Errare humanum est; y porque no tardaron en pasarse a unos colores verdiblancos que, como al Real Betis, hoy lo hacen reconocible a lo largo y ancho del planeta fútbol.
Tuvieron que transcurrir unos veinte años desde la fundación del Racing para que un hecho histórico uniera nuevamente las ciudades de Sevilla y Santander. Si en 1248 unos cántabros viajaron hasta Sevilla para ayudar a la conquista de la ciudad, en 1935 unos béticos subieron hasta Santander para conquistar la Liga. Pero, obviamente, aquella victoria que provocó que el Real Betis volviese a la mejor feria de la historia de la ciudad no fue el único enlace entre nuestro equipo y la ciudad de Santander. De allí, y más concretamente desde el Racing, llegó Luis Fernández, dueño y señor de la banda izquierda del Betis durante un buen número de temporadas. Fue en Santander donde Edú disipó las brumas del descenso, y fue también allí donde se criaron futbolísticamente Quique Setién y uno de los jugadores con más calidad (pese a la espantada mexicana) que se han enfundado la elástica verdiblanca: Sergio Canales. Y por último, cómo no acordarnos de uno de los protagonistas recientes de la historia bética: Don Rubén Castro, cinco temporadas antes de aterrizar en el Betis, jugó un año en las santanderinas, aunque su paso por la tierra de los marineros que ayudaron a conquistar de Sevilla fue testimonial.
Si volvemos la vista hacia el Racing y, concretamente hacia su pasado, se nos vienen a la mente jugadores míticos que han defendido los colores racinguistas en Primera División. Los Munitis, Zigic, Bestchastnich, Pinillos, Popov y Radchenkos siguen retumbando en nuestros oídos cada vez que escuchamos que hay partido en los Campos de Sport de El Sardinero; mientras que los nostálgicos del fútbol que se nos fue sentimos como una lagrimilla busca salir cuando recordamos equipos, como el Racing, que hoy están en el averno. Fue en el año 2012 cuando el Racing dio con sus huesos en la Segunda División, sin que todavía haya sido capaz de regresar a la máxima categoría. De hecho, este año juega en la recientemente creada Primera División RFEF, un lugar que, tanto por historia por colores, no le corresponde. Esperemos que el espíritu de aquellos marineros que atravesaron la península de punta a punta siga vivo en la plantilla de los santanderinos, porque en Sevilla no vemos el momento de volver a jugar contra el Racing, un equipo al que siempre estaremos unidos por dos objetos igual de irrompibles: unas gruesas cadenas de hierro y una preciosa camiseta verdiblanca.
Este artículo formó parte de la Revista Betis Bohemio 4, Leyenda, que puedes descargar aquí: