Por Enrique Roldán Cañizares / @enrolcan
Es bastante improbable que aquellos que decidieron que nuestro bendito equipo llevara el nombre de Betis tuvieran en mente a Trajano, el baetico más prominente que dieron las tierras del sur de Hispania. Elegir la nomenclatura romana de nuestro querido Guadalquivir fue, evidentemente, una muestra de bohemia sin parangón, quizás solo eclipsada por el uso de la coletilla Balompié, que se erigió como prueba de rebeldía frente a la elección de otros equipos que, sin consciencia ni orgullo, no dudaron en plegarse al sometimiento de la pérfida Albión.
Digo que es bastante improbable porque el destino, aunque no es una ciencia exacta, es un elemento bastante curioso, pues ha sido capaz de conectar cuatro momentos de la historia de los sevillanos que hemos tenido la fortuna de nacer en el lado bueno del río que nos da nombre: el nacimiento de Trajano, la elección de Betis como nombre de nuestro equipo, la romería europea que nos ha deparado la Europa League y la disputa de la Supercopa (también pérfida cual fish and chip) en las tierras de Arabia Saudí.
Pero vayamos por partes. Marco Ulpio Trajano nació en la ciudad de Itálica, muy cerquita del Ventorrillo Canario, donde más de uno y más de dos se habrán puesto ciegos de carne después de darse una vueltecita por las ruinas que aún recuerdan el esplendor de Roma. No nació en ninguna familia humilde, pues en tal caso no habría llegado donde lo hizo, pero sí que consiguió lo que hasta entonces nadie había alcanzado: convertirse en emperador romano sin haber nacido en la península itálica. Una hazaña que hasta el momento había estado vetada a todos los habitantes de las provincias, hasta que llegó un báetico para cambiar las reglas. Es más, ¿sabéis quien fue la primera persona enterrada dentro de los muros de la Ciudad Eterna, modificando así leyes sagradas de los romanos? Pues claro, Trajano el baetico.
Así que queda evidentemente claro que Trajano, nacido en las tierras del Baetis, consiguió conquistar Roma, no por las armas, sino erigiéndose emperador. ¿A alguien le suena otra conquista reciente de Roma por parte de las huestes béticas? Indudablemente todos tenemos en la cabeza el pasado 6 de octubre, cuando cerca de 4.000 béticos, no con lanzas y escudos, sino con banderas y bufandas, pusimos la pica en la capital del Lazio.
No obstante, sigamos profundizando en estos momentos conectados por el antiguo y sacro poder de las vestales. Los béticos que tuvimos la suerte de pintar Roma de verdiblanco nos topamos, algunos por interés y otros por casualidad, con uno de los monumentos más importantes de la época imperial: la columna de Trajano. Esta, erigida en el foro construido por nuestro querido vecino de Santiponce, sirvió para resguardar una caja dorada con sus cenizas, pero al mismo tiempo se levantó para recordar una de sus mayores gestas militares, que no fue otra que la conquista de la Dacia. Y queridos amigos bohemios, ¿qué era la Dacia? Pues más allá de ser una marca de coches baratos y endebles, la Dacia era una región que englobaba territorios de las actuales Rumanía y Bulgaria.
Llegados a este punto, cualquiera de las tarotistas y lectoras de mano que abundan por las calles de Roma se tirarían de los pelos esgrimiendo que esto es cosa del demonio. ¡Cómo va a ser posible que un baetico se ganara el corazón de los romanos y conquistara parte de las actuales Rumania y Bulgaria en el mismo universo en el que, 19 siglos después, otros béticos conquistaron Roma y se encontraron con la agradable sorpresa de hacer una romería a Rumanía y Bulgaria para ver al equipo de sus amores! Porque el Ludogorets jugará en Razgrad, un pueblecito que recuerda a la Matalascañas de 1972, pero todos los béticos que vamos a estar allí presentes viajaremos y haremos noche en Bucarest, el corazón de la actual Rumanía. Sinceramente, si Trajano pudiera venir y ver esto con sus propias manos no tardaría en hacerle un par de ofrendas a Neptuno y a Marte… por lo que pudiera pasar.
Pero vamos allá con el último eslabón clave de estos momentos históricos entrelazados. Trajano no solo fue un báetico que se convirtió en Emperador, sino que fue el mandatario romano que consiguió la máxima extensión del Imperio. En el año 116, en el contexto de la guerra contra los Partos, se plantó al mando de sus legiones en la ciudad de Susa, nada más y nada menos que en la actual Irán. Es cierto que, durante esta campaña, el querido emperador baetico enfermó, falleciendo en el camino de regreso a Roma, pero hasta la ruta que le llevó de vuelta a su descanso eterno guarda conexión con una de las gestas que tenemos pendientes para el próximo mes de enero; y es que ese camino de vuelta le condujo por otra tierra que había conquistado pocos años atrás: la Arabia Pétrea.
Y aquí es cuando hay que morir con Trajano y desear que todas sus conquistas tengan réplicas en las nuestras. Se hizo con el poder en Roma, como nosotros, posteriormente conquistó la Dacia, cosa que tenemos en mente, y años más tarde ocupó parte de los territorios de la península arábiga, donde el Betis jugará la Supercopa de España en calidad de ganador de la Copa del Rey. Confiemos en las cábalas y en el destino, porque si las conquistas de nuestro querido y verdiblanco emperador son reflejo de nuestro porvenir, nos quedan por delante alegrías dignas de los romanos, a los cuales, gracias a Trajano, no les quedó otra que hacerse un poquito baeticos.